Maria de Medeiros nos cautivará en esta ocasión con una película que relata los últimos momentos de la dictadura de Salazar en Portugal. El que había sido uno de los regímenes totalitarios más largos en Europa se viene abajo tras perder el apoyo del ejército.
Por un lado, la ciudadanía veía escasas oportunidades laborales, hambre y miseria. Por otro lado, la oposición política clandestina, con Álvaro Cunhal como uno de sus máximos exponentes, sufría la represión más atroz.
Asimismo, y en mi opinión el elemento crucial, el ejército portugués no encontraba sentido almantenimiento de las colonias en África. Todo ello fue un caldo de cultivo para que el 25 de abril de 1974, los hechos conocidos como la Revolución de los claveles, diera fin a la dictadura de Salazar.
Frase acertada la de Mao Tse-Tung cuando afirmó que «el poder emana de la boca de los fusiles». Una dictadura como la de Salazar no podría haber sido derrocada sin la violencia, sin el poder armamentístico del ejército.
Otro ejemplo lo encontramos en el golpe de Estado a Hugo Chávez en 2002. Pese a que las masas de Cáracas acudieron al Palacio de Miraflores a pedir la vuelta de su presidente, el papel fundamental lo jugaron los paracaidístas, quienes trajeron a Chávez y se negaron a obedecer al nuevo gobierno caciquil de Pedro Carmona.
Caso contrario es el que vivimos en España, donde el ejército apoyaba en su mayoría a Franco. Por consiguiente, la Transición a la dmocracia no supuso una ruptura con la dictadura puesto que quienes la dirigieron fueron los antiguos franquistas. Al Tribunal del Orden Público solamente se le cambió el nombre por Audiencia Nacional; no hubo una purga de jueces, militares ni policías franquistas; los ricos del franquismo siguieron siendo los ricos de la dmocracia, etcétera. De este modo, la Revolução dos Cravos nos enseñó que la ruptura no la pueden dirigir los mismos dictadores.
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